Se acerca la Nochebuena y el centro es un hervidero de gente, colectivos y apuro. Entre la vorágine, Papá Noel se transforma en confidente de deseos sencillos pero profundos. En la calle, los tucumanos piden poco para ellos y mucho para todos.

Francisco, vendedor ambulante desde hace 48 años, baja del colectivo con una sonrisa intacta y la fe firme. “A Papá Noel le pediría salud, mucho trabajo y que no falte el pan de cada día a la gente. Que tengamos un año mejor para todos”, le dice a LA GACETA . Vive de su trabajo diario y asegura que, aunque no alcanza para todo, “por lo menos hay un plato de comida todos los días”.

Más adelante aparece Matías, otro transeúnte, que no duda en su pedido: “Que haya paz en casa, que pasemos tranquilos las fiestas, sin peleas ni problemas. Este año me gustaría que sea diferente”. Un deseo íntimo, silencioso, pero compartido por muchos.

No todos quieren hablar. Algunos esquivan la cámara de LG Play, otros responden con risas nerviosas y hay quienes directamente dicen que no piden nada. La vergüenza también juega su partido en la previa navideña.

Sin embargo, Juan Julio, jubilado tucumano de 72 años que vive en Flores desde hace más de cuatro décadas, se detiene y regala una historia cargada de emoción. “Le pido felicidad, trabajo para la gente y que los jubilados tengamos un buen aumento para poder vivir mejor”, señala antes de contar que vuelve a Buenos Aires tras visitar Tucumán por el casamiento de una nieta.

Con tonada intacta, tatuajes que cuentan su vida y recuerdos que viajan con él, Juan Julio resume el espíritu de estas fechas: “Extraño la calidez de la gente, las comidas, las empanadas. Tucumán siempre tira”.

Entre pedidos colectivos, historias personales y silencios respetuosos, la recorrida deja una certeza: en esta Navidad, los tucumanos no miran tanto el arbolito como la mesa compartida.